jueves, 29 de octubre de 2015

El suplicio de las moscas

Elías Canetti. Foto:Wikipedia.


Uno que, para no envejecer, viaja sin cesar.
Otro que, con el mismo propósito, permanece absolutamente inmóvil.

Con la edad los prejuicios se vuelven peligrosos. Uno se siente orgulloso de ellos. Les está agradecido, como si fuesen ellos los que le han permitido continuar con vida. Y así, suelen activarse muy tarde del modo más curioso. Podría hablarse incluso de un florecimiento tardío de los prejuicios. Ya no se combaten, no se les opone resistencia. Uno los va sacando a la luz por separado y los contempla detenidamente, cual productos de una vida riquísima, auténticas joyas, restos inagotables. Cuando alguien nos los echa en cara: ¡pero si son prejuicios!, asentimos encantados. ¡Ojalá tuviéramos más! ¡Ojalá no hubiéramos perdido algunos en el camino! Quien posee prejuicios tiene cierto peso y lo sabe. Los jóvenes que apenas tienen son para él paja en el viento. El que posee prejuicios está decidido a no renunciar a nada suyo que irrite a los demás.

Traducción de Cristina García Ohlrich

El suplicio de las moscas
Elías Canetti (1905-1994)

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