Elías Canetti. Foto:Wikipedia.
Uno que, para no envejecer, viaja sin cesar.
Otro que, con el mismo propósito, permanece absolutamente inmóvil.
Con la edad los prejuicios se vuelven peligrosos. Uno se siente
orgulloso de ellos. Les está agradecido, como si fuesen ellos los que le
han permitido continuar con vida. Y así, suelen activarse muy tarde del
modo más curioso. Podría hablarse incluso de un florecimiento tardío de
los prejuicios. Ya no se combaten, no se les opone resistencia. Uno los
va sacando a la luz por separado y los contempla detenidamente, cual
productos de una vida riquísima, auténticas joyas, restos inagotables.
Cuando alguien nos los echa en cara: ¡pero si son prejuicios!, asentimos
encantados. ¡Ojalá tuviéramos más! ¡Ojalá no hubiéramos perdido algunos
en el camino! Quien posee prejuicios tiene cierto peso y lo sabe. Los
jóvenes que apenas tienen son para él paja en el viento. El que posee
prejuicios está decidido a no renunciar a nada suyo que irrite a los
demás.
Traducción de Cristina García Ohlrich
El suplicio de las moscas
Elías Canetti (1905-1994)
No hay comentarios:
Publicar un comentario