domingo, 5 de enero de 2020

El satiricón

Petronio retratado por Philibert Boutrois.

LXXXVIII

Tan divertida historia me distrajo de mis tristes pensamientos, y empecé a hacer preguntas a Eumolpo —que era más instruido que yo— acerca de la antigüedad de los cuadros y sobre el asunto de algunos de ellos, que no comprendía muy bien. Le pregunté después a qué causas atribuía la decadencia de las bellas artes en el presente siglo, en particular en cuanto atañe a la pintura.
—El amor a las riquezas —me respondió— ha producido este lamentable resultado. En tiempos de nuestros antepasados, cuando sólo se honraba al mérito, florecían las bellas artes, y los hombres se diputaban a porfía la gloria de trasmitir a los siglos venideros los descubrimientos útiles. Demócrito, Hércules de la ciencia, destilaba el jugo de todas las plantas conocidas y se pasaba la vida realizando experimentos encaminados a investigar las propiedades de vegetales y minerales. Eudoxio envejeció en la cumbre de una montaña para observar lo más cerca posible los movimientos del cielo y de los astros. Crísipo tomaba eléboro por tres veces consecutivas para purificarse el espíritu y prepararlo a nuevos descubrimientos. Y, volviendo a las artes plásticas, cuéntase de Lipo que murió de hambre, ocupado tan sólo en perfeccionar los contornos de una estatua, y de Mirón, el cual infundió en el bronce el alma humana y el instinto animal, que no encontró heredero. Sumidos nosotros en la lujuria y en la embriaguez, no nos atrevemos ni a elevarnos al conocimiento de las artes inventadas en otro tiempo. Detractores de lo antiguo, no conocemos más ciencia que la disolución de costumbres, de la que somos ejemplo y precepto viviente. ¿Qué se hizo de la dialéctica y de la astronomía? ¿Qué fue de la moral, camino recto de la sabiduría? ¿A quién se ve hoy entrar en un templo para invocar a los dioses e impetrar de ellos la perfección en la elocuencia o bien para descubrir los ocultos manantiales de la filosofía? Ni tan siquiera se les pide la salud. Mira esa muchedumbre que se dirige al Capitolio. Antes de llegar al umbral del mismo, uno promete ofrendas si se le muere pronto un pariente rico; otro, si no tarda en descubrir un tesoro; un tercero, si antes de morir llega a acumular algunos millones de sestercios. Al Senado, al propio Senado, árbitro del honor y de la justicia, lo hemos visto ofrecer a Júpiter mil marcos de oro, dando la impresión con ello de querer atraerse el favor del cielo a fuerza de dinero. No te asombre, por consiguiente, la decadencia de la pintura y de las demás artes, ya que dioses y hombres ven con más gusto una barra de oro que todas las obras de Apeles y Fidias y demás griegos locos, como ellos los denominan. 

Traducción Manuel Rossell Pesant

El satiricón
Petronio  

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