Mario Bunge. Ética y ciencia.
El humanismo no es tanto una concepción del mundo como una valoración de la vida humana. Es humanista, en sentido antropológico, quien cree que el hombre mismo es la meta y justificación de todo esfuerzo humano; el hombre, y no alguno de los innumerables fetiches creados por el hombre. La divisa del humanismo podría ser Ad majorem homini gloriam.
Richardson, el meteorólogo que renunció a su puesto cuando el servicio meteorológico de su país fue transferido a la aeronáutica militar, dio un ejemplo de lo que puede hacer el científico humanista para evitar la prostitución de la ciencia. En cambio, cuando el matemático y físico von Neumann puso su genio al servicio de la invención de nuevos armamentos, traicionó al humanismo.
El dilema es antiguo: brujos, sacerdotes, escribas, cronistas, poetas, músicos, pintores, científicos y demás intelectuales siempre han debido escoger a quién servir. Los más han agachado la cabeza y han tocado para el amo y a su compás. Los menos —los Beethoven, los Marx, los Einstein, los Rolland, los Wiener, los Russell— prefirieron tocar a su propio compás y elegir a la humanidad como auditorio. El problema de la elección del amo es hoy más agudo que nunca porque, si antes los conflictos eran decididos por la fuerza, hoy la fuerza es a su vez decidida, en gran medida, por la inteligencia. Que un Leonardo careciera de responsabilidad social y vendiera los planos de las fortificaciones de su ciudad, tuvo poca importancia. Que varias decenas de miles de matemáticos, físicos, químicos y biólogos trabajen afanosamente para encontrar la mejor manera de volatilizar a una parte de la humanidad, y que otros tantos sociólogos, historiadores, escritores y periodistas se esfuercen por ocultar hechos o interpretarlos en beneficio de tales o cuales grupos de poder, es un crimen de un volumen sin precedente. Y es un crimen múltiple: contra la vida, contra el progreso, contra la pureza del conocimiento, contra el indefenso hombre común.
Mario Bunge
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