sábado, 31 de mayo de 2008

La muerte en Venecia

La muerte en Venecia
"La dicha del escritor es su posibilidad de transformar la idea enteramente en sentimiento; el sentimiento, totalmente en idea. En aquel momento se había adueñado del solitario una de estas vibrantes ideas, uno de estos sentimientos precisos: el sentimiento de que la naturaleza se estremecía de goce cuando el espíritu se inclinaba en homenaje y reverencia ante la belleza. Súbitamente sintió el deseo imperioso de escribir. Cierto es que, como suele decirse, Eros ama el ocio, y que sólo para el ocio ha nacido. Pero en ese momento de la crisis, su excitación le impulsaba a tranquilizar por medio de la palabra el torbellino de sus pensamientos. El tema casi le era indiferente. De pronto sintió que se resolvía en su espíritu, clamando por expresarse, una cuestión palpitante de la cultura y el gusto. El asunto era de índole familiar y le preocupaba de antiguo. El impulso de hacerlo brillar a la luz de sus palabras se hizo irresistible en aquel momento. Pero necesitaba trabajar en presencia de Tadzín, tomarlo de modelo, hacer que su estilo siguiese las líneas de aquel cuerpo que se le antojaba divino, y levantar a lo espiritual su belleza, como el águila levantó al cielo a uno de los pastores troyanos. Jamás había sentido con tanta dulzura el placer de la palabra, nunca había visto tan claramente que Eros alienta en ella, como en aquellas horas, peligrosamente gozosas, en las que, sentado ante una mesa rústica sombreada por la lona, teniendo ante sus ojos al ídolo, y en los oídos la música de su voz, cincelaría Aschenbach, siguiendo el modelo de Tadzio, unas páginas de selecta prosa cuya pureza, altura y fuerte tensión sentimental habían de producir pronto la admiración de las gentes. Seguramente conviene que el mundo conozca sólo la obra bella y no sus orígenes, las condiciones que determinaron su aparición, pues el conocimiento de las fuentes en que el poeta bebe su inspiración lo confundiría, lo asustaría a menudo, dañando así el efecto de las. cosas excelentes. ¡Singulares horas! ¡Esfuerzo extrañamente enervador! ¡Extraordinario comercio fecundo del espíritu con el cuerpo! Cuando Aschenbach, terminado su trabajo, se levantó, se sintió agotado, deshecho hasta tal punto que le parecía oír los lamentos de su conciencia en rebelión, como si acabara de entregarse a algún pecado."

La muerte en Venecia
Thomas Mann

1 comentario:

Ar Lor dijo...

La prosa de Thomas Mann se puede tocar con la yema...de los ojos.