miércoles, 23 de enero de 2008

Colmillo blanco

Un oscuro bosque de abetos se extendía a ambos lados de la helada corriente de agua. El viento había desnudado los árboles de su blanca capa de escarcha y parecían apoyarse los unos en los otros, negros y amenazadores, bajo la luz incierta del atardecer. Un profundo silencio reinaba sobre la tierra. La tierra misma estaba desolada, yerma, sin movimiento, tan solitaria y fría que su espíritu no era ni tan siquiera el de la tristeza. Había en ella una insinuación de carcajada, pero una carcajada mas terrible que la de cualquier tristeza; una carcajada sin alegría, como la sonrisa de la esfinge; una carcajada fría como el hielo, partícipe de la severidad de lo inexorable. Era la imperiosa e incomunicable sabiduría de la eternidad riéndose de la futilidad de la vida y del esfuerzo de vivir. Eran las Tierras Vírgenes, la soledad salvaje, el helado corazón de los desolados yermos del Norte.
Colmillo blanco
Jack London

5 comentarios:

Gavilán dijo...

Impresionante, Higinio.

Gavilán dijo...

Impresionante, Higinio.

Ar Lor dijo...

¡gracias, Gavilán! o has pinchado en un comentario, o ponte las gafas.

Gavilán dijo...

Espero no haber afectado a tu propia estima, Ar Lor. Sigo pensando, que el texto es impresionante. Por cierto, ahora que el asunto está aclarado, te diré que me sorprendió mucho que Higinio incluyera una foto: ni él ni yo lo hemos hecho aún.

Higinio dijo...

La prosa de London te atrapa como la telaraña a la mosca.
Hechizado sigues leyendo hasta el desenlace final...