“Al examinar la vida no tardé en descubrir lo mezquinas y caducas que son las cosas humanas, así que abandoné todo lo superfluo y me dirigí a la búsqueda de lo verdaderamente importante. Para orientar mi vida correctamente decidí acudir a los filósofos. Elegí los que me parecieron los mejores, dejándome guiar por su aspecto demacrado, su palidez y sus espesas barbas. Me puse en sus manos tras acordar los honorarios y hacer el primer pago, que era considerable. El resto lo pospusimos para cuando alcanzase la cumbre de la sabiduría. Pero estuvieron muy lejos de arrancarme de mi ignorancia. Lo que hicieron fue inundarme de nuevas perplejidades, vertiendo diariamente sobre mí una borrasca de no sé qué principios y fines, átomos, vacíos, materias, ideas y cosas de este tipo. Y lo peor era que no había dos filósofos que coincidieran entre sí. ¡Qué soberbia y charlatanería! Confundido ante este panorama, perdí toda esperanza de hallar en la tierra respuestas cabales a mis problemas y comprendí que sólo me cabía una solución: conseguir unas alas y subir hasta el cielo. Para que no me ocurriera lo que a Ícaro, atrapé un buitre y un águila, le corté al águila el ala derecha y al buitre la izquierda, y me las ajusté a los hombros. Tras varios intentos, conseguí finalmente alzar el vuelo y alcanzar primero la Luna y después la sede celeste de los dioses. Allí descubrí lo harto que está también Zeus de los filósofos. “Es un linaje –dijo- que no hace mucho que ha aparecido en la tierra, perezoso, pendenciero, altivo, irascible, glotón, fatuo, lleno de humo y de soberbia, un inútil peso en la tierra. Divididos en escuelas maquinan todo tipo de laberintos verbales y se hacen llamar “estoicos”, “académicos”, “epicúreos”, “peripatéticos” y cosas aún más raras. Se endosan el venerable nombre de la virtud, alzan las cejas, arrugan las frentes, se dejan crecer las barbas y dan vueltas ocultando con sus falsos disfraces sus verdaderas costumbres. Se parecen a los actores de tragedia: si se les quita la máscara y la túnica bordada en oro, lo que aparece es un hombrecillo ridículo que cobra la función a siete dracmas.”
Icaromenipo
Luciano de Samosata
2 comentarios:
Ja,ja, ja. Pobres filósofos.
Aunque creo que hay algun filosofo cebollino, que por mucho que le vayas quitando capas, siempre aparece filosofía, eso sí, cebollina.
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