"Así pues, hacia el mediodía subí a mi viejo y desvencijado automóvil y atravesé la ciudad con el habitual sentimiento de desazón y repugnancia que parecía incrementarse a medida que me acercaba a la meta. Con el corazón cada vez más oprimido por un peso angustioso, desemboqué por fin en la vía Appia, entre los cipreses, pinos y ruinas de ladrillos, a lo largo de bancales cubiertos de hierba. La verja de mi madre se encontraba a la derecha, en la mitad de la vía Appia, y yo, como de costumbre, la buscaba con los ojos, casi esperando no verla por algún milagro y así poder continuar recto hasta los Castillos y después volver a Roma y al estudio. Pero allí estaba la verja,abierta de par en par,se habría dicho que sólo por mí,para detenerme y engullirme a mi paso.Moderé la marcha, giré bruscamente y, con una sacudida suave y sorda de las ruedas, entré en la avenida de grava entre dos hileras de cipreses. La avenida subía en ligera pendiente hasta la villa, que se divisaba al fondo;y entonces,al mirar los pequeños cipreses negros,polvorientos y rizados y la villa roja y chata,encogida bajo el cielo lleno de cirros grises parecidos a rollos de algodón sucio, reconocí en mi ánimo el horror consternado que me asaltaba cada vez que iba a visitar a mi madre..."
El Tedio
Alberto Moravia
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