sábado, 22 de marzo de 2008

La LLanura

William Somerset Maugam
Fue más bien el valle del Rin, la ancha y dorada llanura a la luz del crepúsculo, el valle del Rin con su río, una cinta plateada, que lo atravesaba por el medio, y las torres lejanas de la ciudad de Worms; fue la inmensa llanura sobre la que descansaba mi vista cuando, siendo yo estudiante en Heidelberg, tras caminar por los montes poblados de abetos, sobre la ciudad vieja, llegaba de pronto a un claro. Y como fue allí donde por vez primera tuve conciencia de la belleza, como fue allí donde conocí el primer resplandor que emite la adquisición del saber (cada libro que leía era una aventura extraordinaria), como allí conocí por primera vez el deleite de la conversación (aquellos maravillosos clichés que cada muchacho descubre como si nadie los hubiera descubierto con anterioridad); como allí terminaba el paseo matinal por el soleado Anlage con el café y la tarta que servían de alivio a mi abstemia juventud al término de una esforzada caminata, como allí tuvieron lugar las tardes de asueto en las terrazas del castillo, con la bruma azul sobre los tejados de la ciudad vieja, allá abajo; como allí conocí a Goethe y a Heine y a Beethoven y a Wagner y (¿por qué no?) a Strauss y sus valses, y las cervecerías al aire libre, donde tocaba la banda de música y la muchachas de trenzas doradas caminaban de un modo extrañamente reposado, debido a todas estas cosas, rememoraciones que revisten toda la fuerza necesaria para apelar a los sentidos de un modo irresistible, para mí la palabra llanura no solo remite en cualquier parte del mundo y de un modo exclusivo al valle del Rin, sino que el único símbolo de la felicidad que conozco es una anchurosa perspectiva toda dorada al sol poniente, con un brillante hilo de plata que la atraviesa por el medio, como el sendero de la vida o el ideal que a uno le guía a lo largo de la vida, y a lo lejos las torres grises de la ciudad vieja.
En Un Biombo Chino
William Somerset Maugham

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