Cuando la hora de la partida se acercaba, el barco lanzó tres llamadas de sirena, muy largas, de una intensidad terrible, se propalaron por toda la ciudad y el cielo, por encima del puerto, se tiñó de negro. Entonces, los remolcadores se acercaron al barco y lo arrastraron hacia el tramo central del río. Una vez hecho esto, los remolcadores soltaron amarras y regresaron al puerto. Entonces, el barco, una vez más, dijo adiós, lanzó de nuevo sus mugidos terribles y tan misteriosamente tristes que hacían llorar a la gente, no sólo a la del viaje, la que se separaba, sino también a la que había ido a mirar, la que estaba allí sin ninguna razón precisa y que no tenía a nadie en quien pensar. El barco, en seguida, muy lentamente, con sus propias fuerzas, se internó en el río. Durante mucho rato se vio su alta silueta avanzar hacia el mar. Mucha gente permanecía allí, mirándolo, haciendo señas cada vez más ralentizadas, cada vez más desalentadas, con sus chales, sus pañuelos. Y luego, por fin, la tierra se llevó la silueta del barco en su curvatura. Con tiempo despejado se le veía oscurecer lentamente.El Amante
Traducción e Ana Mª Moix
Marguerite Duras
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