miércoles, 30 de abril de 2008

El caudillo de las manos rojas

Los peregrinos tocan al término de su viaje; ya han dejado a sus espaldas las fértiles e inmensas llanuras de Nepal; ya han visto a Benarés, célebre por sus alcázares, cuyos cimientos besa el sagrado río que divide al Indostán del imperio de los birmanes. Como las creaciones de una visión celeste, han cruzado ante sus ojos Palná, famosa por sus templos, sus mujeres y sus tapicerías; Dakka, la ciudad que tejió el velo para el santuario de los dioses con las trenzas de ébano de sus vírgenes; Gvalior, escudo del reino de Sindiak, cuyos muros detienen a las nubes en su vuelo.

También han gustado el reposo a la sombra de los inmensos plátanos de Dheli, concha que guarda a la perla de los reyes presentando una ofrenda de miel y flores al genio protector de Allad-abad, ciudad que debe su nombre a las caravanas de peregrinos que de todos los puntos de la India acuden a sus templos, más numerosos que las hojas de los bosques y las arenas del océano.
Leyendas
Gustavo Adolfo Bécquer

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