martes, 27 de mayo de 2008

Las palmeras salvajes

Sonó otro aldabonazo, a la vez discreto y perentorio, mientras el doctor bajaba las escaleras, y el resplandor de la ventana eléctrica lo precedía en el hueco (con manchas pardas) de la escalera y en el cubo (con manchas pardas) del vestíbulo.
Era una casita de playa, aunque tenía dos pisos, alumbrada por lámparas de petróleo -o por una lámpara, que su mujer había llevado al piso alto cuando subieron después de cenar. El doctor usaba camisón, no pijama; por la misma razón que fumaba en pipa, que nunca le había gustado y que nunca le gustaría, entre el cigarro ocasional que le regalaban sus clientes, entre un domingo y otro en los que fumaba tres cigarros, que le parecía podía permitirse comprar, aunque era propietario de la casita de la playa y de la casita vecina, y también de la residencia con electricidad y paredes revocadas, en la aldea a cuatro millas de distancia. Porque ahora tenía cuarenta y ocho años y había tenido dieciséis y dieciocho y veinte en la época en que el padre le decía (y él lo creía) que los cigarrillos y los pijamas eran para maricas y para mujeres.
"Las palmeras salvajes"
William Faulkner

2 comentarios:

Ar Lor dijo...

Buen texto, Gavilan. No la he leído, creo que Faulkner hace experimentos narrativos, con historias paralelas.

Higinio dijo...

"los largos días quietos, idénticos, la inmaculada jerarquía monótona de mediodías llenos de la miel caliente de sol, a través de los cuales el año decreciente se amontonaba en retrasadas hojas de arce amarillas y rojas, errantes, yendo hacia la nada".

Este y otros textos parecidos esperan al lector que se adentre en Las palmeras salvajes de Faulkner.

La traducción es de Jorge Luis Borges y la novela tambi..