LEAF BY NIGGLETHERE was once a little man called Niggle, who had a long journey to make. He did not want to go, indeed the whole idea was distasteful to him; but he could not get out of it. He knew he would have to start some time, but he did not hurry with his preparations.
Niggle was a painter. Not a very successful one, partly because he had many other things to do. Most of these things he thought were a nuisance; but he did them fairly well, when he could not get out of them: which (in his opinion) was far too often. The laws in his country were rather strict. There were other hindrances, too. For one thing, he was sometimes just idle, and did nothing at all. For another, he was kind-hearted, in a way. You know the sort of kind heart: it made him uncomfortable more often than it made him do anything; and even when he did anything, it did not prevent him from grumbling, losing his temper, and swearing (mostly to himself). All the same, it did land him in a good many odd jobs for his neighbour, Mr. Parish, a man with a lame leg. Occasionally he even helped other people from further off, if they came and asked him to. Also, now and again, he remembered his journey, and began to pack a few things in an ineffectual way: at such times he did not paint very much.
He had a number of pictures on hand; most of them were too large and ambitious for his skill. He was the sort of painter who can paint leaves better than trees. He used to spend a long time on a single leaf, trying to catch its shape, and its sheen, and the glistening of dewdrops on its edges. Yet he wanted to paint a whole tree, with all of its leaves in the same style, and all of them different.
There was one picture in particular which bothered him. It had begun with a leaf caught in the wind, and it became a tree; and the tree grew, sending out innumerable branches, and thrusting out the most fantastic roots. Strange birds came and settled on the twigs and had to be attended to. Then all round the Tree, and behind it, through the gaps in the leaves and boughs, a country began to open out; and there were glimpses of a forest marching over the land, and of mountains tipped with snow. Niggle lost interest in his other pictures; or else he took them and tacked them on to the edges of his great picture. Soon the canvas became so large that he had to get a ladder; and he ran up and down it, putting in a touch here, and rubbing out a patch there. When people came to call, he seemed polite enough, though he fiddled a little with the pencils on his desk. He listened to what they said, but underneath he was thinking all the time about his big canvas, in the tall shed that had been built for it out in his garden (on a plot where once he had grown potatoes).HOJA DE NIGGLEHabía una vez un pobre hombre llamado Niggle, que tenía que hacer un largo viaje. Él no quería; en realidad, todo aquel asunto le resultaba enojoso, pero no estaba en su mano evitarlo. Sabía que en cualquier momento tendría que ponerse en camino, y sin embargo no apresuraba los preparativos.
Niggle era pintor. No muy famoso, en parte porque tenía otras muchas cosas que atender, la mayoría de las cuales se le antojaban un engorro; pero cuando no podía evitarlas (lo que en su opinión ocurría con excesiva frecuencia) ponía en ellas todo su empeño. Las leyes del país eran bastante estrictas. Y existían además otros obstáculos. Algunas veces se sentía un tanto perezoso y no hacía nada. Por otro lado, era en cierta forma un buenazo. Ya conocen esa clase de bondad. Con más frecuencia lo hacía sentirse incómodo que obligado a realizar algo. E incluso cuando pasaba a la acción, ello no era óbice para que gruñese, perdiera la paciencia y maldijese (la mayor parte de las veces por lo bajo).
En cualquier caso, lo llevaba a hacer un montón de chapuzas para su vecino el señor Parish, que era cojo. A veces incluso echaba una mano a gentes más distantes si acudían a él en busca de ayuda. Al mismo tiempo, y de cuando en cuando, recordaba su viaje y comenzaba sin mucha convicción a empaquetar algunas cosillas. En estas ocasiones no pintaba mucho. Tenía unos cuantos cuadros comenzados, casi todos demasiado grandes y ambiciosos para su capacidad. Era de esa clase de pintores que hacen mejor las hojas que los árboles. Solía pasarse infinidad de tiempo con una sola hoja, intentando captar su forma, su brillo y los reflejos del rocío en sus bordes. Pero su afán era pintar un árbol completo, con todas las hojas de un mismo estilo y todas distintas.
Había un cuadro en especial que le preocupaba. Había comenzado como una hoja arrastrada por el viento y se había convertido en un árbol. Y el árbol creció, dando numerosas ramas y echando las más fantásticas raíces. Llegaron extraños pájaros que se posaron en las ramitas, y hubo que atenderlos. Después, todo alrededor del árbol y detrás de él, en los espacios que dejaban las hojas y las ramas, comenzó a crecer un paisaje. Y aparecieron atisbos de un bosque que avanzaba sobre las tierras de labor y montañas coronadas de nieve. Niggle dejó de interesare por sus otras pinturas. O si lo hizo fue para intentar adosarlas a los extremos de su gran obra. Pronto el lienzo se había ampliado tanto que tuvo que echar mano de una escalera; y corría, arriba y abajo, dejando una pincelada aquí, borrando allá unos trazos. Cuando llegaban visitas se portaba con la cortesía exigida, aunque no dejaba de jugar con el lápiz sobre la mesa. Escuchaba Lo que le decían, sí, pero seguía pensando en su gran lienzo, para el que había levantado un enorme cobertizo en el huerto, sobre una parcela en la que en otro tiempo cultivara patatas.
Árbol y Hoja
J.R.R. Tolkien
1 comentario:
No está nada mal el comienzo, ¿verdad?
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