A veces algo menudo y sin importancia se torna de súbito único porque tú estás allí para presenciarlo. Por ejemplo, algo tan banal como una meada se vuelve perturbador para Germán si la que se mea ante sus narices es Melisa. Melisa y Lan seguían retorciéndose por el suelo. Era como si hubieran sufrido un ataque repentino de risa. Germán echó un vistazo alrededor, pero salvo que hubiera vecinos fisgando entre las cortinas, no había mirones todavía a esa hora de una mañana de sábado. Entonces vió la sombra en la entrepierna de Melisa, y ya no pudo dejar de mirar. Cada vez que ella separaba las rodillas, le parecía que la mancha iba creciendo muslos abajo. Entonces, Germán empezó a sentir un cosquilleo en el bajo vientre, un enjambre de insectos zumbándole por dentro. Sólo apartó la vista para volver a mirar si había algún fisgón en el vecindario. Nada. El espectáculo era sólo para él, para nadie más, qué seguro estaba de eso. ¿Y no estaría ella ofreciéndoselo, diciéndole mira bien, esto es para tí, qué tal? En su excitación, por un segundo trató de imaginarse el punto por donde brotaba la marea líquida hinchando la tela de las braguitas y el pantalón. ¿O acaso, por Dios, es que no llevaba braguitas? Regresó a casa a todo meter y se tumbó en el sofá.
"Las normas del cielo", de Tres de corazones.
3 comentarios:
¡Muy buena entrada, Gavilán!
(Costará buscarle una buena imagen al texto)
Me temo que lo de la lluvia dorada sería un atrevimiento.
Quizás Ulises, tu gestor de imágenes ya está en ello, dejemos que su creatividad nos sorprenda.
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