Tarzan of the ApesChapter 4: The ApesAfter roaming about the vicinity for a short time, they started back for the deeper forests and the higher land from whence they had come.
Kala had not once come to earth with her little adopted babe, but now Kerchak called to her to descend with the rest, and as there was no note of anger in his voice she dropped lightly from branch to branch and joined the others on their homeward march.
Those of the apes who attempted to examine Kala's strange baby were repulsed with bared fangs and low menacing growls, accompanied by words of warning from Kala.
When they assured her that they meant the child no harm she permitted them to come close, but would not allow them to touch her charge.
It was as though she knew that her baby was frail and delicate and feared lest the rough hands of her fellows might injure the little thing.
Another thing she did, and which made traveling an onerous trial for her. Remembering the death of her own little one, she clung desperately to the new babe, with one hand, whenever they were upon the march.
The other young rode upon their mothers' backs; their little arms tightly clasping the hairy necks before them, while their legs were locked beneath their mothers' armpits.
Not so with Kala; she held the small form of the little Lord Greystoke tightly to her breast, where the dainty hands clutched the long black hair which covered that portion of her body. She had seen one child fall from her back to a terrible death, and she would take no further chances with this.Tarzán de los monosCapítulo IV. Los monosTras merodear un rato por los alrededores, los cuadrumanos iniciaron el regreso hacia la espesura de la selva y las zonas altas de donde procedieron.
Kala no había descendido una sola vez de los árboles desde que trepó con la criatura recién adoptada, pero Kerchak le ordenó que bajase al suelo y se uniera a los demás. En la voz del mono rey no se apreciaba el más leve tono de cólera, por lo que la hembra no se hizo de rogar y se descolgó de rama en rama para unirse a la tribu, que regresaba a sus lares.
Los que intentaron echar un vistazo al extraño nuevo hijo de Kala se vieron rechazados por los amenazadores colmillos de la hembra, que no dudó en enseñarlos, feroz, al tiempo que emitía sordos gruñidos y voces de advertencia.
Cuando le aseguraron que nadie pretendía hacer daño a su cachorro, Kala les permitió acercarse, aunque de ninguna manera los dejó tocar a la criatura.
Era como si supiese que el niño era un ser débil, frágil y delicado, lo que le hacía temer que las toscas manos de sus congéneres le lastimaran.
Aún tomó otra precaución, la cual incrementaba para ella las dificultades de la marcha. No había olvidado la muerte de su retoño, así que sostenía con fuerza al niño, con una mano, mientras utilizaba sólo la otra para avanzar.
Los demás jóvenes viajaban sobre las espaldas de sus respectivas madres; aferrados los bracitos alrededor de los peludos cuellos y con las extremidades inferiores apretadas al cuerpo de las simias, bajo las axilas.
No lo llevaba así Kala, que apretaba firmemente contra su pecho el cuerpecillo del infantil lord Greystoke. Las diminutas manos del niño se agarraban a la larga pelambre negra que cubría el cuerpo de la mona. Kala no estaba dispuesta a correr ningún riesgo: ya había visto a su cría desprendérsele de la espalda y sufrir una muerte terrible. No deseaba que aquello se repitiera.
Tarzán de los monos
Edgar Rice Burroughs
No hay comentarios:
Publicar un comentario