Visión y visita primeraLos barberosPor el Caballero de Gracia arriba íbamos los dos; y a poco trecho se nos colgó de las orejas un sonido entre acento de rabel y dejo de rebuzno, y a veces tan rabioso, que pareció maúllo concebido en caniculares de lujuria gatesca.
-¿Quién toca tan desapacible? -dijo Quevedo, a la sazón que llegamos a una tienda de barrer cachetes y desplumar guargueros.
-Vuelve la cara -le respondí-, sabio mío, a ese zaguán.
Volvímosla uno y otro; y divisamos por la media puerta que dejaba libre una cortina de holán gallego, estampada a nubarrones de aceite y mugre, a un mozuelo semimacho, más rapado que sotana de sopón, más relamido que plato de dulce en poder de pajes, en medio de ruedas de amolar, sillas despellejadas, bancos, escalfadores, bacías, demandas, redomas, paños sucios y moharraches. Estaba sentado en el sillón de pelar entrecejos, sirviéndole de cabalgadura uno de los muslos al otro, y serrándole las cuerdas a un violín con tal desconsuelo, que parecía salir el son de entre agallas de burro melancólico.
-Ves aquí -le dije a Quevedo-; éste es el que tocaba antes, que es un aprendiz de basurero de barbas, fregón de rostros y desmontador de traseros lanudos.
-Esto es cosa nueva -dijo el muerto sabio-. Desde ahora comienzo a descubrir la alteración de las cosas de mi siglo. Los ratos que vacaban los aprendices de barbero, tañían cuatro pasacalles en una vihuela.
-Otras novedades de mayor nota irás descubriendo en el prolijo discurso de estas visitas, que te han de suspender más la admiración -le respondí-. Eso que tú dices, difunto de mi alma, era en tiempo que se usaban doncellas. Entonces acudían las barbas al sonido de las vihuelas, y ahora se convocan a los que no están afelpados de carrillos al reclamo de los rabeles. Esto no es cosa digna de reparo; y si hemos de parar la vista y la atención en menudencias tan ridículas, no saldrás de Madrid en veinte siglos. Caminemos adelante, que ya hallarás novedades más desentonadas y lastimosas, y ellas mismas te han de reñir las advertencias y sátiras que escribiste contra las costumbres de tu mejor edad.
[Nota preliminar: Edición digital a partir de Sueños morales. Corregidos y aumentados con el papel nuevo de La barca de Aqueronte y Residencia infernal de Plutón, Salamanca, Imp. de la Santa Cruz [1743] y cotejada con la excelente edición crítica de Russell P. Sebold (Madrid, Espasa Calpe, 1976).]
Diego de Torres Villarroel
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