Cuando al fin se separaron y Ashenden se encontró solo en un vagón, camino de Nápoles, no pudo por menos de dar un profundo suspiro ante la satisfacción de verse libre de la presencia de aquel ser fantástico, parlanchín y repelente. Allá iba, camino de Brindisi, para encontrarse con Constantino Andreadi, y si era verdad solamente la mitad de lo que había contado a nuestro héroe, no podía por menos de felicitarse por no hallarse en el pellejo del griego. ¿Qué clase de sujeto sería éste? Se imaginó por un momento al pobre hombre cruzando el azul mar Jónico, con sus documentos confidenciales y sus secretos comprometedores, inconsciente del avispero en que iba a meterse, pero era la guerra, y solamente los ingenuos creen que aún se pueden conducir con guante blanco las contiendas entre los seres llamados humanos.
El agente secreto
William Somerset Maugham
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