Arsène Lupin Gentleman-Cambrioleur
VILe sept de cœurLe premier acte se passe au cours de cette fameuse nuit du 22 au 23 juin, dont on a tant parlé. Et pour ma part, disons-le tout de suite, j’attribue la conduite assez anormale que je tins en l’occasion, à l’état d’esprit très spécial où je me trouvais en ren-trant chez moi. Nous avions dîné entre amis au restaurant de la Cascade, et, toute la soirée, tandis que nous fumions et que l’orchestre de tziganes jouait des valses mélancoliques, nous n’avions parlé que de crimes et de vols, d’intrigues effrayantes et ténébreuses. C’est toujours là une mauvaise préparation au sommeil.
Les Saint-Martin s’en allèrent en automobile, Jean Daspry – ce charmant et insouciant Daspry qui devait six mois après, se faire tuer de façon si tragique sur la frontière du Maroc – Jean Daspry et moi nous revînmes à pied par la nuit obscure et chaude. Quand nous fûmes arrivés devant le petit hôtel que j’habitais depuis un an à Neuilly, sur le boulevard Maillot, il me dit :
– Vous n’avez jamais peur ?
– Quelle idée !
– Dame, ce pavillon est tellement isolé ! pas de voisins… des terrains vagues… Vrai, je ne suis pas poltron, et cependant…
– Eh bien ! vous êtes gai, vous !
– Oh ! je dis cela comme je dirais autre chose. Les Saint-Martin m’ont impressionné avec leurs histoires de brigands.
M’ayant serré la main, il s’éloigna. Je pris ma clef et j’ouvris.
– Allons ! bon, murmurai-je. Antoine a oublié de m’allumer une bougie.
Et soudain je me rappelai : Antoine était absent, je lui avais donné congé.
Tout de suite l’ombre et le silence me furent désagréables. Je montai jusqu’à ma chambre, à tâtons, le plus vite possible, et aussitôt, contrairement, à mon habitude, je tournai la clef et poussai le verrou. Puis j’allumai.
La flamme de la bougie me rendit mon sang-froid. Pourtant j’eus soin de tirer mon revolver de sa gaine, un gros revolver à longue portée, et je le posai à côté de mon lit. Cette précaution acheva de me rassurer. Je me couchai et, comme à l’ordinaire, pour m’endormir, je pris sur la table de nuit le livre qui m’y at-tendait chaque soir.
Je fus très étonné. À la place du coupe-papier dont je l’avais marqué la veille, se trouvait une enveloppe, cachetée de cinq cachets de cire rouge. Je la saisis vivement. Elle portait comme adresse mon nom et mon prénom, accompagnés de cette men-tion:
« Urgent. »
Une lettre ! une lettre à mon nom ! qui pouvait l’avoir mise à cet endroit ? Un peu nerveux, je déchirai l’enveloppe et je lus :« À partir du moment où vous aurez ouvert cette lettre, quoi qu’il arrive, quoi que vous entendiez, ne bougez plus, ne faites pas un geste, ne jetez pas un cri. Sinon, vous êtes perdu. »Arsenio Lupin, El Ladrón CaballeroCapitulo 6El Siete de CorazonesEl primer acto se produjo en el curso de aquella famosa noche del 22 al 23 de junio, de la cual tanto se ha hablado. Y, por mi parte, digámoslo de una vez, atribuyo la conducta bastante anormal que yo observé en esa ocasión al estado de espíritu muy especial en que me encontraba al regresar a mi casa. Habíamos cenado entre amigos en un restaurante de la Cascada, y durante toda la noche, mientras fumábamos y la orquesta de cíngaros tocaba valses melancólicos, nosotros no habíamos hablado más que de crímenes y de robos y de intrigas espantosas y tenebrosas. Y todo eso constituye una mala preparación para conciliar el sueño.
Los Martin se marcharon en automóvil; Juan Daspry - aquel encantador y despreocupado Daspry que seis meses después se haría matar de manera tan trágica en la frontera de Marruecos- y yo regresamos a pie bajo la noche oscura y cálida. Cuando llegamos ante el pequeño hotel que yo habitaba desde hacía un año en Nelly, en el bulevar Maillot, él me dijo:
- ¿Tú no sientes nunca miedo?
- ¡Qué ocurrencia!
- ¡Caramba! Esta residencia está tan aislada..., nada de vecinos... Sólo terrenos vacíos... En verdad, yo no soy un cobarde; pero, sin embargo...
- ¡Caray! Qué alegre estás.
- ¡Oh! Yo digo eso como pudiera decir otra cosa. Los Martin me han impresionado con sus historias de bandidos.
Después de estrecharme la mano se alejó. Saqué la llave y abrí la puerta de la casa.
"Vaya - me dije-. Antonia ha olvidado dejarme encendida una lámpara."
Y de pronto recordé: Antonia estaba ausente, pues yo le había dado permiso para salir.
Inmediatamente, las sombras y el silencio me resultaron ingratos. Subí hasta mi dormitorio a tientas, lo más rápido posible, y en seguida, al contrario de lo que acostumbraba hacer, di vuelta a la llave por dentro y eché el cerrojo.
La llama de la lámpara me devolvió mi sangre fría. Sin embargo, tuve la precaución de sacar mi revólver de su funda; era un revólver grande, de largo alcance, y lo coloqué al lado de mi cama. Esta precaución acabó de tranquilizarme. Me acosté y, como de ordinario, para dormir tomé de encima de la mesilla de noche el libro que siempre tenía sobre ella.
Quedé sorprendido, En lugar del cortapapeles con que yo había dejado marcadas las páginas la víspera, se encontraba un sobre sellado con cinco marcas de lacre rojo. Lo tomé vivamente. Llevaba como dirección mi nombre y apellidos, acompañados de esta indicación: Urgente.
¡Una carta! ¡Una carta a mi nombre! ¿Quién podía haberla puesto en ese lugar?
Un poco nervioso desgarré el sobre y leí:"A partir del momento en que usted haya abierto esta carta, ocurra lo que ocurra, oiga lo que oiga, no se mueva, no haga ningún ademán, no lance ningún grito. Si no, está usted perdido."
Arsenio Lupin,caballero ladrón
Maurice Leblanc
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