El silbato de los trenes es un sonido hechizante que nos obliga a viajar. El tren brinda tranquilidad al viajero incluso en los lugares más terribles; nada que ver con la ansiedad y los sudores fríos que provocan los aviones, o el nauseabundo olor a gasolina que se respira en los autocares durante los largos trayectos, o la parálisis que aflige a quien viaja en coche. Si un tren es amplio y confortable, ni siquiera hace falta un destino; basta un asiento a un extremo del vagón para convertirse en uno de esos viajeros incansables que nunca llegan a ninguna parte -o al menos eso quisieran-, como el hombre afortunado que vive en los ferrocarriles italianos porque está jubilado y tiene un pase que le permite viajar a donde quiera.
Trenes
Paul Theroux
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