lunes, 27 de octubre de 2008

Días de ocio en el país del Yann

Sidney H. Sime. La Fortaleza
Pronto vimos la marea del mar que avanzaba resuelta entre las márgenes del Yann, y el Yann saltó flexible hacia él y ambos lucharon un rato; luego el Yann y todo lo que era suyo fue empujado hacia el Norte; así que los marineros tuvieron que izar las velas, y gracias al viento favorable, pudimos seguir navegando.
Pasamos por Góndara, Narl y Haz. Vimos la memorable y santa Golnuz y oímos la plegaria de los peregrinos.
Cuando despertamos, después del reposo del mediodía, nos acercábamos a Nen, la última de las ciudades del Yann. Otra vez nos rodeaba la selva, así como a Nen; pero la gran cordillera de Mloon dominaba todas las cosas y comtemplaba a la ciudad desde fuera.
Anclamos, y el capitán y yo penetramos en la ciudad, y allí supimos que los Vagabundos habían entrado en Nen.
Los Vagabundos eran una extraña, enigmática tribu, que una vez cada siete años bajaban de las cumbres de Mloon, cruzando la cordillera por un puerto que sólo ellos conocen, de una tierra fantástica que está del otro lado. Las gentes de Nen habían salido todas de sus casas, y estaban maravillados en sus propias calles, porque los Vagabundos, hombres y mujeres, se apiñaban por todas partes y todos hacían alguna cosa rara. Unos bailaban pasmosas danzas que habían aprendido del viento del desierto, arqueándose y girando tan vertiginosamente, que la vista ya no podía seguirlos. Otros tañían en instrumentos bellos y plañideros sones llenos de horror que les había enseñado su alma, perdidos por la noche en el desierto, ese extraño y remoto desierto de donde venían los Vagabundos.

Cuentos de un soñador
Lord Dunsany

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