Así fue como llegué a ser hombre y no era ya ningún muchacho cuando llegué a Simyra después de tres años de ausencia. El viento marino disìpó los vapores de la embriaguez, dio claridad a mis ojos y restauró la fuerza de mis miembros, de manera que comía y bebía y me comportaba como los demás, aunque no hablase tanto, porque era más solitario todavía que antes. Y, no obstante, la soledad es el patrimonio de la edad adulta, si así ha sido siempre establecido, pero yo había sido siempre solitario desde mi infancia y extraño al mundo desde que abordé a las riberas del Nilo y no tuve que acostumbrarme a la soledad como tantos otros, sino que la soledad era para mí un hogar y un refugio en las tinieblas.
De pie, a proa, frente a las olas verdes y azotado por un viento que alejaba todos los vanos pensamientos, veía a lo lejos unos ojos que parecían el claro de luna sobre el mar y oía la risa caprichosa de Minea y la veía bailar sobre las eras arcillosas de Babilonia, con una túnica ligera, joven y flexible como un junco.
Sinuhé, el egipcio
Mika Waltari
3 comentarios:
Qué aromas de mi mocedad tiene esa novela, qué buenos ratos.
La imagen parece tener profundidad, parece que se pueda entrar en la estancia.Y los curvados renglones, no hacen sino incitarte más a entrar.
Luego dicen que una imagen vale más que mil palabras...
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