Tute de reyesEn Amalfi, al terminar la zona costanera,Bajo la mirada incongruente de mi mono Euclides, trepado a la ventana de barrotes verdes, nos íbamos a Punta Brava los sábados por la tarde a jugar al subastado en casa de Francisca. Robledo al volante, el Cadillac reluciente con el fuelle bajo, rodábamos a lo largo de la Avenida Primera, saliendo de Santa Fe para coger la Central; después, sobre la loma y al final del camino de piedras, la casa de Francisca, blanca y cuadrada como un dado de hueso, donde -pese a la desesperada melancolía de Robledo -estuve a punto de ser rico al ganar la Gran Apuesta.
hay un malecón que entra en el mar y la
noche. Se oye ladrar a un perro más allá de
la última farola.
Julio Cortázar
Fue hace varios años, a mediados de diciembre, cuando conocí a Robledo. Iba a la bodega roja, a comprar unas nueces para el desayuno de Euclides, cuando noté que Villa Concha había sido ocupada: un automóvil se encontraba al otro lado de la reja enmohecida; en el balcón, rodeado de hiedras, un hombre corpulento y canoso destupía su cachimba con gestos distraídos.
Me paré junto a la verja, y mirando hacia arriba tosí fuertemente.
Villa Concha, a pesar de ser espaciosa, de su muelle para botes y su poceta con escalones tallados en la roca, era alquilada muy poco. Y no es que los Garriga pidieran mucho por ella o el deterioro de los techos fuera excepcional, no, era más bien — de algún modo hay que llamarlo— su forma de expresarse: el llanto irreparable de sus cañerías, la fluidez de la penumbra en ciertos lugares, el súbito corretear de las persianas tras la puerta clausurada, y sobre todo ——por arriba de los ruidos acompasados y la sensación de tener alguien a la espalda— el olor, aquel olor blando a flores pisoteadas, resistiéndose al salitre y a las corrientes de aire.
Pero es de Robledo de quien me interesa hablar, de Robledo y de Francisca y de Esquerrá y del gordo Chamizo y de los demás. Claro que la casa jugó también su papel, aunque uno nunca sabe. Pero si Robledo se hubiera decidido por el bungalow azul pastel de Felicita Radillo, las cosas se hubieran barajado de otra manera o sucedido más lentamente, y yo habría jugado aquel tute de reyes, el lance preciso para ganar la Gran Apuesta: los diez mil doscientos pesos de la partida duodécima. Pero Robledo, abandonándose, optó por Villa Concha y se la arrendó a los Garriga.
Tute de reyes
Antonio Benítez Rojo
No hay comentarios:
Publicar un comentario