domingo, 23 de noviembre de 2008

Colomba

William Gell. Vista de Pompeya con el Vesubio al fondo
En los primeros días del mes de octubre de 181., el coronel sir Thomás Nevil, irlándes, distinguido oficial del ejército inglés, paró con su hija en el Hotel de Beauveau, en Marsella, al volver de un viaje por Italia. La admiración continua de los viajeros entusiastas ha producido una reacción, y, para singularizarse, muchos turistas toman hoy por divisa el nil admirari de Horacio. A esta clase de viajeros descontentos pertenecía miss Lidia, hija única del coronel. La Transfiguración le había parecido mediocre; El Vesubio en erupción apenas superior a las chimeneas de las fábricas de Bírmingham. En suma, su gran objeción contra Italia era que ese país carecía de color local, de carácter. Explique quien pueda el sentido de estas palabras, que yo comprendía muy bien hace algunos años y que hoy ya no entiendo. Al principio, miss Lidia se sintió halagada con la idea de encontrar al otro lado de los Alpes cosas que nadie hubiera visto antes que ella, y de las cuales podría conversar con las gentes honestas, como dice el señor Jourdain. Pero muy pronto, viendo que por todas partes se le habían adelantado sus compatriotas, y desesperando de encontrar nada desconocido, se entregó al partido de la oposición. Es muy desagradable, en efecto, no poder hablar de las maravillas de Italia sin que alguien le diga a uno: "¿Conoce usted, sin duda, ese Rafael del palacio..., en...? Es lo más hermoso que hay en Italia...". Y es eso precisamente lo que uno no se ha preocupado de ver. Como resulta demasiado largo el verlo todo, lo más sencillo es condenarlo todo de antemano...

Colomba
Próspero Merimee

1 comentario:

Ar Lor dijo...

Y se puede aplicar el cuento a muchas "facetas" de la vida.