Los trenes apenas aparecen en la narrativa de Flaubert. Esto no es una demostración de prejuicios, sino de precisión: la mayor parte de la acción de sus obras se desarrolla antes de que los peones y los ingenieros ingleses cayeran sobre Normandía. Bouvard et Pécuchet llega a entrar en la era del ferrocarril, pero, quizá sorprendentemente, ninguno de estos dos porfiados copistas llegó a ver publicada su opinión sobre el nuevo método de transporte.
Sólo hay trenes en L'Education sentimentale. Aparecen mencionados en primer lugar como tema de conversación no muy interesante en una velada de los Dambreuse. El primer tren de verdad, y el primer viaje de verdad, no llegan hasta la Segunda parte, Capítulo tercero, cuando Frédéric va a Creil con la esperanza de seducir a Mme. Arnoux. Dada la benevolente impaciencia de este viajero, Flaubert confiere a la excursión un aprobador lirismo: verdes llanuras, estaciones que se deslizan junto a las ventanillas como pequeños decorados de teatro, y el humo de la locomotora que lanza siempre hacia el mismo lado penachos de humo que primero bailan un rato sobre la hierba para después desaparecer.
El loro de Flaubert
Julian Barnes
1 comentario:
Que entrada "sinergética", texto e imagen se complementan dabuten.
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