jueves, 20 de noviembre de 2008

Frankenstein


Apenas había tenido tiempo de esconderme, cuando apareció una niña corriendo hacia donde yo estaba, como si jugara a escaparse de alguien. Seguía corriendo por el escarpado margen del río, cuando repentinamente se resbaló y cayó al agua. Abandoné precipitadamente mi escondrijo, y, tras una ardua lucha contra la corriente, conseguí sacarla y arrastrarla a la orilla. Se encontraba sin sentido; yo intentaba por todos los medios hacerla volver en sí, cuando me interrumpió la llegada de un campesino, que debía de ser la persona de la que, en broma, huía la niña. Al verme, se lanzó sobre mí, y arrancándome a la peque de los brazos se encaminó con rapidez a la parte más espesa del bosque. Sin saber por qué, le seguí velozmente; pero, cuando el hombre vio que me acercaba, me apuntó con una escopeta que llevaba y disparó. Caí al suelo mientras él, con renovada celeridad, se adentró en el bosque.

¡Esta era, pues, la recompensa a mi bondad!


Frankenstein
Mary W. Shelley

2 comentarios:

Ar Lor dijo...

Y en general las acciones buenas, las paga la propia conciencia de uno, porque normalmente el "mundo"
no dispone de liquidez para estas minucias.

Gavilán dijo...

De acuerdo, Ar Lor.