martes, 4 de noviembre de 2008

Sin novedad en el frente

(Trinchera germana en Aisne,Primera Guerra Mundial, 1917)
Este libro no pretende ser ni una acusación ni una confesión. Sólo intenta informar sobre una generación destruida por la guerra. Totalmente destruida, aunque se salvase de las granadas.
E. M. R.

Sin novedad en el frente
CAPÍTULO I
Estamos a nueve kilómetros a retaguardia del frente. Ayer nos relevaron. Ahora tenemos el estómago repleto de alubias con carne de vaca. Quedamos ahítos, satisfechos. Sobró para la noche; cada cual llenó para la cena su marmita de campaña.
Hay, además, ración doble de salchicha y pan. ¡Vamos a dar un estallido! Desde hace mucho tiempo no se había presentado un caso así; el furriel - de cara roja, como un tomate - viene a ofrecerle a uno la comida; llama a todo el que pasa: con su cucharón le llena la marmita de un fuerte golpe. Casi llegó a desesperarse porque ignora cómo podrá vaciar su caldera de rancho. Tjaden y Müller atraparon unas jofainas y se las hicieron llenar hasta los bordes, para después; Tjaden hace esto por comilón; Müller, por precavido. Para todos es un enigma dónde mete Tjaden lo que come. Es y será un enjuto arenque.
Pero lo más importante es que también ha habido doble ración de tabaco. Diez cigarros puros por cabeza, veinte pitillos y dos rollos de tabaco de mascar. Esto va muy bien. He canjeado mi tabaco de mascar con Katczinsky, que me ha dado sus pitillos; cuarenta pitillos me supone el canje. Lo suficiente para un día.
Bien mirado, no podemos decir que sea verdad tanta belleza. Los prusianos no son tan espléndidos. Todo esto sólo lo debemos a un error.
Hace quince días tuvimos que avanzar hasta la primera línea para hacer un relevo. Bastante calma en nuestro sector, de modo que el furriel recibió para el día de nuestro regreso la cantidad normal de víveres; el suministro estaba preparado para toda una compañía de ciento cincuenta plazas. Pero justamente el último día hubo sorpresas; se nos tenían preparados cañones de largo alcance y metralla de gran calibre. La artillería inglesa tamborileó sin descanso en nuestra posición, así que hubo muchas bajas y sólo regresamos ochenta hombres.
Volvimos a la noche, y en seguida nos tumbamos a dormir a pierna suelta. Porque tiene Katczinsky razón: en la guerra no sería todo tan malo si se pudiese dormir un poco más. Allí, en la línea, nunca hay nada de esto, y quince días de brega cada turno, es mucho tiempo.
Era ya mediodía cuando salían de las barracas los primeros de los nuestros. Media hora después, cada uno había cogido su cacharro y nos reuníamos ante su majestad el rancho, que olía bien a manteca y prometía ser muy sabroso. Naturalmente, se adelantaron los más hambrientos: el pequeño Alberto Kropp, que de todos nosotros es quien más claras tiene las ideas, y por eso apenas llegó a ascender a cabo; Müller V, que aún arrastra consigo los libros de texto, sueña con algún examen extraordinario y estudia sus teoremas de física en medio del fuego de tambor; Leer, que gasta una enorme barba y padece una singular predilección por las muchachas de los burdeles para oficiales; él jura que existe una orden del cuartel general por la cual están obligadas a usar camisas de seda, y tratándose de parroquianos desde capitán para arriba, a tomar antes un baño. El cuarto soy yo: Pablo Baeumer. Los cuatro cumplimos ya diecinueve años, y salimos para el frente de la misma aula.
Sin novedad en el frente
(Prólogo y traducción de Álvaro Yunque)
(Tomado de librosycuentos)
Erich Maria Remarque

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