martes, 9 de diciembre de 2008

El fragmento

Cecil Beaton. William Somerset Maugham
Viajando por China por casualidad topé con un médico francés que llevaba muchos años con consulta abierta en la ciudad que por entonces me hallaba. Era coleccionista de porcelanas, bronces y encajes de seda. me mostró sus piezas. Eran de una gran belleza, pero me resultaron un tanto monótonas. Manifesté sucintamente mi admiración. De pronto topé con el fragmento de un busto.
-Pero... pero eso es griego-dije muy sorprendido.
-¿De veras se lo parece? me alegro de que lo diga.
Faltaban la cabeza y los brazos. La estatua, pues sin duda tal había sido, estaba tronzada por la cintura, si bien aún se veía la coraza con un sol en medio; en un relieve. Perseo mataba al dragón. Era un fragmento de escasa importancia, pero era griego a buen seguro, y tal vez por estar yo saturado de belleza china me afectó de un modo harto peculiar. Me llegó al corazón. Acaricié la superficie desgastada por los siglos con un placer que a mí mismo me sorprendió...
El médico-era un hombrecillo calvo de ojos resplandecientes y talante suspicaz-se frotó las manos.
-¿Sabe usted que se encontró a cincuenta kilómetros de aquí, a este lado de la frontera con el Tibet?
-¿Que se encontró?-exclamé-. ¿Dónde?
-Mon Dieu! Enterrado. LLevaba dos mil años enterrado. Lo encontraron junto con otros fragmentos, creo que en total una o dos estatuas completas. Todos estaban destrozados. Solo quedaba este en condiciones.
Era increíble que se hubieran encontrado estatuas griegas en un paraje tan recóndito.
-Y...¿ cómo se lo explica?-pregunté.
-Yo creo que era una estatua de Alejandro-respondió.
-¡Por Júpiter!
Fue emocionante. ¿Era de hecho posible que uno de los comandantes del Ejército macedonio, tras la expedición a la India, hubiese hecho el viaje hasta aquel misteriosos rincón de China, a la sombra de los grandes montes del Tibet? El médico quiso pasar a mostrarme los vestidos manchúes, pero no pude prestarle atención. ¿Qué osado aventurero era quien penetró tan al Oriente para fundar un reino? Había construido allí un templo en honor de Afrodita y otro en honor de Dionisos. En el teatro, los actores habían entonado los pasajes de Antígona; en los salones, de noche, los bardos habían recitado la Odisea. ¡Qué magnificencia invocaba el fragmento de mármol manchado, qué aventuras fabulosas! ¿Cuánto tiempo duró el reino, qué tragedia precipitó su caída? Ay, en estos momentos no fui capaz de contemplar los estandartes tibetanos, ni las piezas de porcelana verdemar, pues veía tan solo el Partenón, severo y maravilloso, y más allá el azul sereno del Egeo.

En un biombo chino
William Somerset Maugham

4 comentarios:

Gavilán dijo...

Tú, Higinio, siempre tan grande. Sigue así, Dios mío.

Ar Lor dijo...

No pares, Higinio.

Gavilán dijo...

Bonita foto, Ar Lor, pero reconoce que "ella", es más fotogénica.

Ar Lor dijo...

"Ella" es la dulzura que ha rebosado todo lo que yo podía imaginar sobre lo dulce.