miércoles, 3 de diciembre de 2008

La marea

Antonio Cazorla. Los sonidos del mar
Falstaff partió justamente entre las doce y la una, precisamente con el cambio de marea. (William Shakespeare, Enrique V, acto II, escena III)

Contrarrestar la marea se convirtió en algo así como una obsesión, y amontonamos palos de madera de deriva y grandes piedras para afianzar nuestras crecientemente batidas murallas. Cuando todo lo demás fracasó en salvar nuestra obra, nos lanzamos nosotros mismos a las olas, pero no sirvió de nada. A pesar de nuestros esfuerzos, vimos cómo nuestro castillo de arena desaparecía bajo el agua, que avanzaba. Aquel día abandonamos la playa con una nueva apreciación de las fuerzas de la naturaleza.
Según la leyenda, ha habido al menos un precedente de nuestro intento de detener la marea aquella tarde de abril. Se dice que el rey Canuto el Grande, el señor del siglo XI de la mayor parte de Inglaterra y Escandinavia, había hecho llevar su trono a una playa, donde ordenó a la marea detenerse. "Hasta aquí llegarás, y no más allá", dijo, según un autor. Cuando, a pesar de todo, las olas mojaron su trono, utilizó el hecho para dar una lección a sus cortesanos sobre las limitaciones del poder.

Un científico a la orilla del mar
James S. Trefil

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