miércoles, 17 de diciembre de 2008

Tartarín de Tarascón

A veces, entre los mástiles, un claro. Entonces, tartarín veía la entrada del puerto, el incesante ir y venir de los navíos, una fragata inglesa que partía hacia Malta, pimpante y recién lavada, con oficiales de guantes amarillos, o un brick marsellés desatracando en medio de gritos, de blasfemias, y en la parte de atrás un grueso capitán con levita y sombrero de seda, mandando la maniobra en provenzal. Navíos que se iban corriendo, a toda vela. Otros allí, muy lejos, que llegaban lentamente, bajo el sol, como si estuvieran en el aire.
Y además, incesantemente, un estruendo espantoso, ruido de carretas, el "¡iza, iza"! de los marineros, blasfemias, cantos, sirenas de barcos de vapor, los tambores y los clarines del fuerte de Saint-Jean, del fuerte de Saint-Nicolas, las campanas de la Mayor, de los Accoueles, de Saint-Victor; y, por encima, el mistral que tomaba todos aquellos ruidos, todos aquellos clamores, los agitaba, los envolvía, los confundía en su propia voz y los convertía en una música loca, salvaje, heroica como la gran fanfarria del viaje, una fanfarria que despertaba el deseo de partir, de ir lejos, de tener alas.
Al son de aquella hermosa fanfarria, el intrépido Tartarín de Tarascón se embarcó hacia el país de los leones...

Tartarín de Tarascón
Alphonse Daudet

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