En Bécquer, lo fantasmal y lo tradicional, lo visional y lo acomodaticio, se funden en una transcendencia romántica. De ahí sus constantes peregrinaciones al pasado o a los lugares en que el tiempo ha parecido detenerse. "En cuanto tenía un puñado de duros -decía Eusebio Blasco- se iba a Toledo o al monasterio de Veruela...; no vivía a gusto sino en lugares melancólicos y aislados; había algo de trapense en aquel hombre". Y como si quisiera confirmar esta opinión, Bécquer en Desde mi celda (carta cuarta) escribe: "Sea cuestión de poesía, sea que es inherente a la naturaleza frágil del hombre simpatizar con lo que perece y volver los ojos con cierta triste complacencia hacia lo que ya no existe, ello es que en el fondo de mi alma consagro como una especie de culto, una veneración profunda a todo lo que pertenece al pasado, y las poéticas tradiciones, las derruidas fortalezas, los antiguos usos de nuestra vieja España tienen para mí todo ese indefinible encanto, esa vaguedad misteriosa de la puesta del sol en un día espléndido". Y en la "Carta tercera" del mismo texto (Desde mi celda) nos muestra cuánto visionarismo había en su conservadurismo: "Cuántas veces, después de haber discurrido por las anchurosas naves de alguna de nuestras inmensas catedrales góticas o de haberme sorprendido la noche en uno de esos imponentes y severos claustros de nuestras históricas abadías, he vuelto a sentir inflamada mi alma con la idea de la gloria, pero una gloria más ruidosa y ardiente que la del poeta! Yo hubiera querido ser un rayo de la guerra, haber influido poderosamente en los destinos de mi patria, haber dejado en sus leyes y sus costumbres la profunda huella de mi paso".
Bécquer
Gabriel Celaya
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