lunes, 12 de enero de 2009

Cuentos de La Alhambra

Antonio Fuertes. Ensueño en La Alhambra
Nuestro guía era, desde luego, un hombre alegre y bonachón, lleno de refranes y sentencias, como lo fue aquel dechado de escuderos, el famoso Sancho, con cuyo nombre, por cierto, le bautizamos. Aunque le tratamos con sociable familiaridad, nunca traspasó, como buen español, los límites de una respetuosa corrección, ni siquiera en sus expansiones de más franca alegría.
Tales fueron los mínimos preparativos de viaje; sobre todo, íbamos bien provistos de buen humor y de una clara predisposición a pasarlo bien. Nos decidimos a viajar como el auténtico contrabandista, aceptando todo como viniere, bueno o malo, y mezclándonos con gente de toda clase y condición, en este nuestro errante compañerismo. Este es, ciertamente, el verdadero modo de viajar en España. Con un estado de ánimo así, ¡qué país éste para el viajero, en el que la más mísera posada está llena de aventuras, como un castillo encantado, y donde cualquier comida es por sí sola una proeza! Quéjense otros de la carencia de buenos caminos y hoteles suntuosos y de todas las refinadas comodidades de un país culto y civilizado, pero sumido en la vulgaridad de costumbres. Por lo que a mí se refiere, prefiero trepar por ásperas montañas o vagar sin rumbo determinado, gozando de las costumbres semisalvajes, aunque francas y hospitalarias, que prestan un verdadero y delicioso encanto a la vieja y romántica Epaña.

Cuentos de La Alhambra
Washington Irving

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