Los barcos mercantes alzan su arboladura gótica contra el bosque de grúa y chimeneas, a cuyo pie los cargadores y estibadores hormiguean entre fustes de sacos, cajas de pino, raíces de sogas y alambres.
Nubes de ceniza cierran el cielo hacia el noroeste, emborronando la cima del Ganecogorta, deshilachándose por entre las quiebras del Pagasarri. El plano de las siete calles se extiende descolorido y resquebrajado; la fuente de Carlos III aclara el dédalo de cantones y tabernas que alternan con beatas confiterías y olorosas sacristías.
El abra, a catorce kilómetros, se restriega las manos contra el rompeolas y, desde el molino de Punta Galea, el vagamundo otea la lejanía, tras la que el mundo abre sus ciudades de espejos y sus islas de verdor recién escrito.
Blas de Otero
"Historias fingidas y verdaderas"
Nubes de ceniza cierran el cielo hacia el noroeste, emborronando la cima del Ganecogorta, deshilachándose por entre las quiebras del Pagasarri. El plano de las siete calles se extiende descolorido y resquebrajado; la fuente de Carlos III aclara el dédalo de cantones y tabernas que alternan con beatas confiterías y olorosas sacristías.
El abra, a catorce kilómetros, se restriega las manos contra el rompeolas y, desde el molino de Punta Galea, el vagamundo otea la lejanía, tras la que el mundo abre sus ciudades de espejos y sus islas de verdor recién escrito.
Blas de Otero
"Historias fingidas y verdaderas"
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