Ying Chü es un sabio chino que habita una cueva en la provincia de Shansi, a unos tres kilómetros al oeste de la ciudad de Kolan. Según se dice, tiene cien años de edad y tal reputación de sabiduría que muchas personas eminentes del mundo entero acuden alli para consultarle. Él fue antaño un hombre rico e hizo largos viajes por Europa y Asia, pero hoy día vive del arroz y los vegetales que le ofrecen los campesinos. Aunque él no fuera comunista, Mao Tse-tung le toleró e incluso le pidió consejo de vez en cuando. He aquí algunas de sus respuestas a preguntas significativas:
Durante una gira por las misiones anglicanas, el arzobispo de Canterbury consultó con Ying Chü sobre la cuestión de si los ricos podrían salvarse no obstante las cosas despreciativas que Jesús había dicho sobre ellos. Ying contestó: "Según Confucio, la máxima virtud que puede tener un hombre es la benevolencia, y es evidente que cuanto más dinero posea tanto más eficaz será su benevolencia".
Hitler envió un emisario secreto a Ying Chü para preguntarle si debería invadir Rusia o no. Ying tomó un sorbo de té y luego murmuró:
-¿Por qué no?
-¿Por qué no?
Durante sus viajes por China, Bertrand Russell buscó a Ying Chü para conocer su criterio sobre la filosofía occidental. "Casi toda su filosofía -dijo él- consiste en desenredar las madejas que han hecho los filósofos precedentes. El romperse la sesera con unos asuntos tan triviales no conduce a ninguna parte. Quienes buscan de verdad la sabiduría se pasan sus días contemplando el fluir del río y escuchando el canto de los pájaros. Además, consagran sus noches al amor".
Traducción de Manuel Vázquez
Traducción de Manuel Vázquez
Pensamientos en una estación seca
Gerald Brenan
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