sábado, 21 de marzo de 2009

Arcadia

David Ball. Delfos, Grecia.
De pronto, cuando se fijó en el perfil de los montes que, en la lejanía, articulaban su horizonte, cuando advirtió que había crecido pausada y lentamente la claridad de la mañana, prometiendo un día soleado y alegre, cuando pensó que a unos pasos estaba la fuente Castalia, el templo de Atenea Pronaia, el templo de Apolo, las rocas Fedríades, cuya cumbre rojiza quizá ya había sido persignada por el primer rayo del sol, cuando pensó que estaba cómodamente sentado en las laderas del mismísimo Parnaso, cerca de la histórica tumba de Dionisos, entonces se dio cuenta, como si hasta ese instante no lo hubiera sabido, de que estaba en Delfos, y exclamó: "¡Estoy en Delfos!", y alzando la voz repitió: "¡Estoy en Delfos!". Mientras pronunciaba, mientras paladeaba esas palabras, sintió un gozo tan íntimo, tan rebosante, que le aturdió comprobar que era capaz de experimentar un placer tan dulce, penetrante e inesperado. Se le posaron en la memoria aquellos lejanos tiempos de la infancia en los que soñaba, admirado de su propio sueño, en viajar algún día a remotos y legendarios lugares, a lugares otros a los suyos, pero con los que su alma estaba unida por un vínculo inexplicable e indestructible. "¡Estoy en Delfos!", prorrumpía Aurelio, y el niño que fue y que celosamente seguía atesorado en su interior, parecía decir: "Ahora estás ya en ese otro lugar. Ahora ya has llegado al lugar que hemos soñado juntos".

Arcadia
Ignacio Gómez de Liaño

1 comentario:

Gavilán dijo...

Yo estuve ahí, Higinio, y sentí una emoción enorme. Algo tiene ese sitio. Quizá los dioses merodean por el lugar, no sé. Si no recuero mal, traje una cabeza de Sócrates que regalé a alguien, quizá a ti o a Ar Lor.