Nunca hay que perder de vista que Casanova es veneciano, que ha nacido y pasado su juventud en esa ciudad impenetrable, retorcida, dispuesta como un teatro, falsa como unas bambalinas, enrollada sobre sí misma alrededor de su gran canal; la ciudad de las puertas ocultas, puertas secretas, puertas que el agua baña, pasadizos llenos de rejas, impostas, días de sufrimiento, ventanas falsas, balcones, dobles salidas, escaleras que no conducen a nada, corredores, muebles, callejones sin salida; ciudad-dédalo, ciudad del gobierno secreto, de senadores desconocidos, de delaciones, de esbirros, de calabozos bajo el nivel del agua; ciudad de gritos ahogados, de risas que mueren, de cantos venidos de no se sabe de dónde, de una alcoba a la que no se sabe cómo entrar, de una terraza inaccesible; ciudad ahita, ciudad de casas mezcladas, de jardines cerrados, propicia a las intrigas, a las celestinas, a los billetes deslizados en la mano; ciudad donde se vive enmascarado la mitad del año, donde los balcones están al nivel de las góndolas; ciudad donde uno se pierde, se recobra, donde se sale de los palacios por una callejuela, de las iglesia por un corredor; ciudad oblicua, de puertas falsas, complicada, enredada, sin árboles, sin aire, sin carruajes. Ciudad sin huellas. ¿Qué huellas pueden quedar sobre el agua negra de los canales?
Casanova
Felicien Marceau
No hay comentarios:
Publicar un comentario