viernes, 13 de marzo de 2009

Casanova, veneciano

Antonio Fuertes. Venecia.
Nunca hay que perder de vista que Casanova es veneciano, que ha nacido y pasado su juventud en esa ciudad impenetrable, retorcida, dispuesta como un teatro, falsa como unas bambalinas, enrollada sobre sí misma alrededor de su gran canal; la ciudad de las puertas ocultas, puertas secretas, puertas que el agua baña, pasadizos llenos de rejas, impostas, días de sufrimiento, ventanas falsas, balcones, dobles salidas, escaleras que no conducen a nada, corredores, muebles, callejones sin salida; ciudad-dédalo, ciudad del gobierno secreto, de senadores desconocidos, de delaciones, de esbirros, de calabozos bajo el nivel del agua; ciudad de gritos ahogados, de risas que mueren, de cantos venidos de no se sabe de dónde, de una alcoba a la que no se sabe cómo entrar, de una terraza inaccesible; ciudad ahita, ciudad de casas mezcladas, de jardines cerrados, propicia a las intrigas, a las celestinas, a los billetes deslizados en la mano; ciudad donde se vive enmascarado la mitad del año, donde los balcones están al nivel de las góndolas; ciudad donde uno se pierde, se recobra, donde se sale de los palacios por una callejuela, de las iglesia por un corredor; ciudad oblicua, de puertas falsas, complicada, enredada, sin árboles, sin aire, sin carruajes. Ciudad sin huellas. ¿Qué huellas pueden quedar sobre el agua negra de los canales?

Casanova
Felicien Marceau

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