Poseído por la fiebre de los viajes, el pintor nacido en Ginebra Jean-Étienne liotard es uno de esos artistas del siglo XVIII que no dejaron de circular de ciudad en ciudad y de corte en corte preocupados únicamente por preservar su libertd. Después de haber residido durante cinco años en Constantinopla, la actual Estambul, Liotard adoptó la costumbre de llevar ropas musulmanas, un gorro de piel y una espesa barba que le llegaba a la cintura, lo que le valió el apodo de "pintor turco" y tuvo un efecto extraordinariamente positivo en la venta de sus cuadros. Las damas por él retratadas -entre ellas bellas lectoras- suelen también estar ataviadas con ropajes otomanos. El artista abandonó su propia indumentaria oriental al cabo de trece años, con motivo de su matrimonio. La fuerza de la pintura al pastel de Liotard radica en una deliciosa combinación de magia otomana y belleza femenina.
Las mujeres, que leen, son peligrosas
Stefan Bollmann
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