jueves, 26 de marzo de 2009

Retorno a la Patagonia


Corbis. Bruce Chatwin, trabajando en Sotheby's.
Para mí, la Patagonia era un País de las Maravillas desde la precoz edad de tres años. En la vitrina de curiosidades de mi abuela había un trozo de piel de animal con gruesos pelos rojizos, clavado a una tarjeta con un alfiler herrumbroso.
-¿Qué es eso?- pregunté. Y se me respondió.
-Un pedazo de brontosaurio- o al menos eso es lo que me pareció escuchar.
La historia, tal como me la contaron, era que Charley Milward el Marino, sobrino de mi abuela, había encontrado en un glaciar de Tierra del Fuego un brontosaurio perfectamente conservado. Lo hizo salar y, embalado en barriles, lo mandó al Museo de Historia Natural de South Kensington. Desgraciadamente, sin embargo, se pudrió al cruzar los trópicos y esa era la causa de que en el museo se pudiera ver el esqueleto de un brontosaurio pero no su piel. A pesar de todo, el sobrino marinero le había enviado un trozo a mi abuela, por correo.
Esa historia era falsa, naturalmente, y fue un golpe terrible enterarme a mis ocho o nueve años de que los brontosaurios no tenían pelo sino una armadura de cuero escamoso. La bestia de mi infancia resultó ser en realidad el milodonte u oso morrudo gigante, un animal que se extinguió en la Patagonia unos 10.000 años atrás, pero cuya piel, huesos y excrementos fueron hallados -conservados por desecamiento y sal- en una cueva del estrecho de Última Esperanza, en la provincia chilena de Magallanes.

Retorno a la Patagonia
Bruce Chatwin

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