domingo, 22 de marzo de 2009

Tartarín de Tarascón

Escuela inglesa. Tartarín de Tarascón.
Con tal sed de aventuras, tal necesidad de emociones fuertes, tal locura de viajes, de cabalgatas, de quintos infiernos, ¿cómo diantre Tartarín de Tarascón no había salido jamás de Tarascón?.
Porque es un hecho. Hasta la edad de cuarenta y cinco años, el intrépido tarasconés no se había acostado ni una sola noche fuera de su ciudad. Ni siquiera había realizado el famoso viaje a Marsella que todo buen provenzal se permite cuando llega a la mayoría de edad. Como máximo conocía Beaucaire, y sin embargo, Beaucaire no está lejos de Tarascón, sólo debe cruzarse un puente.

Y es que, tengo que confesároslo, existían en nuestro héroe dos naturalezas muy distintas. "Siento dos hombres en mí", dijo no sé qué padre de la Iglesia. Y hubiera podido decirlo perfectamente de Tartarín, que llevaba en sí el alma de Don Quijote, sus mismos impulsos caballerescos, su mismo ideal heroico, su misma locura de lo novelesco y de lo grandioso; pero, por desgracia, no tenía el cuerpo del célebre hidalgo, aquel cuerpo huesudo y magro, aquel pretexto de cuerpo sobre el que la vida material carecía de presa, capaz de pasar veinte noches sin sacarse la coraza y cuarenta y ocho horas con un puñado de arroz... El cuerpo de Tartarín, por el contrario, era todo un corpachón, muy gordo, muy pesado, muy sensual, muy comodón, muy quejumbroso, lleno de apetitos burgueses y exigencias domésticas, el cuerpo panzudo y paticorto del inmortal Sancho Panza.
¡Don Quijote y Sancho Panza en el mismo hombre!, ya comprenderéis qué mala pareja debían hacer, ¡qué combate!, ¡qué desgarro!... Qué hermoso diálogo hubieran escrito Luciano o Saint-Evremond, un diálogo entre los dos Tartarines, el Tartarín-Quijote y el Tartarín-Sancho. Tartarín-Quijote exaltándose ante los relatos de Gustave Aimard y gritando: "¡Parto!".
Tartarín-Sancho pensando sólo en los reumatismos y diciendo: "Me quedo".

Tartarín de Tarascón
Alphonse Daudet

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