sábado, 18 de abril de 2009

La llegada

Fotograma de Solaris de Steven Soderbergh. Fuente:www.moviemail-online.co.uk/film/18162/Solaris
Solaris
La llegada
......
—¡Atención, Estación Solaris! Aquí Estación Solaris. Todo en orden. Está usted bajo el control de la Estación Solaris. La cápsula se posará en tiempo cero. Repito, la cápsula se posará en tiempo cero. Repito, la cápsula se posará en tiempo cero.
¡Prepárese! Atención, empiezo. Doscientos cincuenta, doscientos cuarenta y nueve, doscientos cuarenta y ocho...
Maullidos secos entrecortaban las palabras: un dispositivo automático articulaba frases de bienvenida. Y eso era en todo caso sorprendente. Por lo general, los hombres de una estación del espacio se apresuran a dar la bienvenida al recién llegado, sobre todo cuando éste viene directamente de la Tierra. No tuve oportunidad de sorprenderme mucho tiempo, pues la órbita del Sol, que hasta ese momento me rodeaba, se desplazó de pronto, y pareció que el disco incandescente danzaba en el horizonte, mostrándose ya a la izquierda, ya a la derecha del planeta. Yo oscilaba como la pesa de un péndulo gigante, en tanto el planeta, superficie estriada de surcos violáceos y negruzcos, se alzaba delante de mí como una pared. Empezaba a marearme cuando descubrí una superficie ajedrezada por puntos verdes y blancos: la señal de orientación. Algo se desprendió, con un chasquido, del cono de la cápsula; el largo collar del paracaídas desplegó con furor sus anillos, y el ruido que llegó hasta mí me evocó irresistiblemente la Tierra: por primera vez al cabo de tantos meses, el rugido del viento.
Luego todo fue muy rapido. Hasta ese momento, yo sabía que estaba cayendo. Ahora, lo veía.El tablero verde y blanco crecía rápidamente, y pude ver que estaba pintado sobre un cuerpo oblongo y plateado, en forma de ballena, los flancos erizados de antenas de radar; observé que el coloso metálico, atravesado por varias hileras de orificios sombríos, no descansaba sobre la superficie del planeta, sino que estaba suspendido en el aire, proyectando sobre un fondo de tinta una sombra elipsoidal de un negro más intenso. Divisé las ondas apizarradas del océano, animadas de un débil movimiento, y de golpe las nubes subieron a gran altura, circundadas por un deslumbrante fulgor escarlata; más allá, el cielo leonado se volvió ceniciento, lejano y apacible; y todo se borró; yo estaba cayendo en espiral.
Un golpe seco estabilizó la cápsula: a través de la mirilla, volví a ver las olas del océano como centelleantes crestas de mercurio; los cabos se soltaron de pronto y los anillos del paracaídas, llevados por el viento, volaron en tumulto más allá de las olas; la cápsula descendió; un campo magnético artificial la hizo oscilar lentamente, de un modo raro. Todavía tuve tiempo de ver las barandillas de las plataformas de lanzamiento, y en la cúspide de las torres caladas, los espejos de dos radiotelescopios. Hubo un estrépito de acero que rebotaba sobre acero, y la cápsula se inmovilizó; se abrió una trampa, y con un largo suspiro ronco el capullo metálico que me aprisionaba llegó al fin del viaje.
Oí la voz inanimada del centro de información.
-Estación Solaris. Cero y cero. La cápsula se ha posado.
Solaris
(Traducción de Matilde Horne y F.A.)
Stanislaw Lem

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