El Valle de Kullu, o Valle de los Dioses, queda en los Himalayas adentro. El viaje es largo. La luz golpea sobre las vertientes, sobre las suaves colinas, los bosques de pinos y de higueras. Las manzanas son agrias. Las flores crecen en los barrancos. Y arriba, más arriba, se encuentran las nieves. Aquí suben los gadis, un pueblo de pastores nómadas, que perteneció originariamente a la casta guerrera, oriundo tal vez de Rajastán. Parecen griegos de los viejos tiempos. Visten pieles blancas, en torno a la cintura se anudan cuerdas trenzadas y se cubren con gorros de lana también blancos. Viven en las cumbres, con sus ovejas.
Cruzando el paso de Rotán, a más de trece mil pies de altura, se va a Lahoul y Spiti, se pasa la línea de las lluvias y se cae en el paisaje del Tibet. Sobre las montañas doradas también golpea la luz y alguien pareciera marchar descalzo por los senderos escarpados. Aquí se encuentran piedras, amontonadas por los peregrinos y los lamas, con la inscripción On mane padme hum (¡Oh, joya en el loto!).
Cruzando el paso de Rotán, a más de trece mil pies de altura, se va a Lahoul y Spiti, se pasa la línea de las lluvias y se cae en el paisaje del Tibet. Sobre las montañas doradas también golpea la luz y alguien pareciera marchar descalzo por los senderos escarpados. Aquí se encuentran piedras, amontonadas por los peregrinos y los lamas, con la inscripción On mane padme hum (¡Oh, joya en el loto!).
Las visitas de la Reina de Saba
Miguel Serrano
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