Bienvenido otra vez el gran hechizo de Francia en las curiosas posadas del campo llenas de jarrones de flores y relojes, en los pueblecitos aburridos y su escasa población no tan aburrida en el pequeño boulevard por la tarde, bajo los diminutos árboles. ¡Sea bienvenido el señor cura que pasea solo por la mañana temprano a una corta distancia del pueblo, leyendo ese eterno breviario suyo que seguramente puede leer sin necesidad del libro en este momento! Bienvenida al señor cura que, avanzando el día, irá brincando sobre el polvo de la carretera -como si ya hubiera ascendido a la región de las nubes- en un cabriolé de toldo grande y con el barro seco de una docena de inviernos. ¡Bienvenido, otra vez, señor cura! Mientras cambiamos saludos, tú yergues la espalda para mirar al carruaje alemán mientras escoges de tu pequeño jardín aldeano un vegetal o dos para la sopa del día. ¡Yo, mirando por la ventanilla del carruaje alemán, en ese delicioso trance del viajero que no conoce preocupaciones, ni recuerdos de antaño, ni mañanas, nada, salvo los objetos y los olores y los sonidos que pasan!
Traducción de Betty Curtis
Cuentos sobrenaturales
Charles Dickens
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