Hay libros primaverales que brotan en nuestra memoria cuando el aire empieza a tener efluvios de violetas, y tan cálidos de sol y de amor que no sería posible leerlos en otras estaciones. En invierno más bien serían tormento que compensación; en otoño nos ablandarían en la nostalgia.
Ciertos libros, heroicos, duros, ascéticos, tonificantes, hay que leerlos por la mañana temprano, cual si nos pusiéramos la armadura después de un baño helado. Y hay otros -pienso especialmente en ciertos poetas- que están hechos para ser leídos al anochecer, al lado de una ventana, en esa tibieza que deja el sol reciente, en esa hora que se presta a las primeras escaramuzas con la tristeza, a los recuerdos molestos que resucitan, como los fantasmas, al aproximarse la gran solemnidad de la noche.
Ciertos libros, heroicos, duros, ascéticos, tonificantes, hay que leerlos por la mañana temprano, cual si nos pusiéramos la armadura después de un baño helado. Y hay otros -pienso especialmente en ciertos poetas- que están hechos para ser leídos al anochecer, al lado de una ventana, en esa tibieza que deja el sol reciente, en esa hora que se presta a las primeras escaramuzas con la tristeza, a los recuerdos molestos que resucitan, como los fantasmas, al aproximarse la gran solemnidad de la noche.
Exposición personal
Giovanni Papini
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