Pienso en los interminables paisajes canadienses y me doy cuenta de que la diferencia con lo que veo ahora a mi alrededor, en Francia, es esencialmente una diferencia de dimensión. Aquí tengo la sensación de que me bastaría estirar el brazo para tocar una iglesia, un bosque, la cima de una colina. En Canadá (como en Argentina) el horizonte se aleja siempre, lo que Drieu la Rochelle llamaba "vértigo horizontal".
Nadie se pierde en el paisaje europeo, excepto en los cuentos de hadas. Quizá sí en la Edad Media, quizás suceda aún en unos cuantos rincones secretos de los Pirineos o de los Cárpatos. Pero en la Europa que conozco hay siempre una carretera, una casa a la vista. A orillas del lago Leman, en Ginebra, pensé alguna vez en lo artificial de su belleza comparada con los lagos de Canadá que conozco.
Diario de lecturas
Alberto Manguel
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