He conocido lugares de gran belleza: el arco iris de la tundra, las naves de hielo surcando el mar azul, las ciudades que los nabateos tallaron en la roca, los tejados grises de París y la niebla de los lagos. He conocido África y Asia y también las acequias de los huertos y el perfume de los naranjos como estrellas blancas en el estanque verde. He viajado en piragua por el Amazonas y he visto bandadas de pájaros que eran los mosaicos del paraíso, y bosques y montañas que eran palacios y catedrales, y en ellos habitaba Dios.
He conocido lugares de gran belleza pero ninguno de ellos pudo superar la magia de su nombre: Djibouti, Gran Sur, Trieste, mar Báltico, El Cairo o Port-Sudán. Podría nombrar muchos más -el mar del Bósforo o el golfo de Adén-, pues aunque sepa que la belleza no se nombra sino que es, también sé que cuando ocurre, queremos retenerla como si no fuera, o como si no pudiera volver a suceder. Y la belleza lo es cuando la vida que lleva dentro, nos habla de las tres cosas -el amor, la muerte y el tiempo- que se encierran en los nombres de los mapas y en las ciudades. Como el silencio, las palabras o un cuerpo de mujer.
He conocido lugares de gran belleza pero ninguno de ellos pudo superar la magia de su nombre: Djibouti, Gran Sur, Trieste, mar Báltico, El Cairo o Port-Sudán. Podría nombrar muchos más -el mar del Bósforo o el golfo de Adén-, pues aunque sepa que la belleza no se nombra sino que es, también sé que cuando ocurre, queremos retenerla como si no fuera, o como si no pudiera volver a suceder. Y la belleza lo es cuando la vida que lleva dentro, nos habla de las tres cosas -el amor, la muerte y el tiempo- que se encierran en los nombres de los mapas y en las ciudades. Como el silencio, las palabras o un cuerpo de mujer.
El corazón de las cosas
José Carlos Llop
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