Si en la primavera del año 578 hubierais estado sentados en un cerro mirando hacia Belén, habríais divisado dos figuras con cayado en la mano que salían del gran monasterio de San Teodosio en el desierto. Ambos (un monje anciano de barba canosa, acompañado por otro monje que parecía mucho más joven, erguido y quizá un poco adusto) atajaban en dirección sureste por los prados de Judea hacia la metrópoli fabulosamente rica de Alejandría.
Era el inicio de un viaje extraordinario que llevó a Juan Mosco y a su discípulo Sofronio el sofista en un arco por todo el mundo bizantino oriental. Se proponían recoger la sabiduría de los padres del desierto, de los sabios y los místicos del Oriente bizantino, antes de que su frágil mundo, que se hallaba ya en avanzado estado de decadencia, se desmoronara al fin y desapareciera.
Era el inicio de un viaje extraordinario que llevó a Juan Mosco y a su discípulo Sofronio el sofista en un arco por todo el mundo bizantino oriental. Se proponían recoger la sabiduría de los padres del desierto, de los sabios y los místicos del Oriente bizantino, antes de que su frágil mundo, que se hallaba ya en avanzado estado de decadencia, se desmoronara al fin y desapareciera.
Los caravasares bizantinos eran bastante rústicos y la aristocracia provincial griega no disfrutaba recibiendo visitas. Según el escritor bizantino Cecaumeno: "Es un error celebrar reuniones sociales, porque los invitados se limitan a criticar tu gobierno de la casa e intentan seducir a tu esposa". Así que allá adonde iban, los dos viajeros se alojaban en monasterios, cuevas y ermitas remotas, y comían frugalmente con los monjes y los ascetas. Y parece ser que Juan Mosco anotaba en todos los lugares los relatos que oía de los dichos de los padres y demás anécdotas e historias milagrosas.
Desde el Monte Santo
William Dalrymple
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