Amor Se Escribe Sin HacheAmor Se Escribe Sin HacheCon respecto al carácter, soy un sentimental y un romántico incorregible. Pertenezco, aun cuando tal declaración produzca cierta extrañeza, al grupo de los de
(Novela casi cosmopolita)
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Retrato moral
... la vielle boutique romantique...
Naturalmente que, en el fondo, como todos los románticos y los sentimentales, soy un sensual, pues el romanticismo no es sino la aleación de la sensualidad con la idea de la muerte. Pero eso no quita para que adore las puestas de sol y las noches estrelladas; para que, instintivamente, busque la dulzura en la mujer; para que me guste besarle las manos y los hombros; para que al final de una sesión de amor le haya propuesto el suicidio a más de una; para que ciertas melodías me dejen triste; para que haya llorado sin saber por qué en brazos femeninos y para que haya hecho, en fin -y esté dispuesto a hacer todavía-, muchas de las simplezas inherentes a los románticos y sentimentales.
No obstante, lo común es que me haga reír ver llorar a las mujeres.
Y que me haga llorar ver reír a mi hija.
Me gusta tratar bien a los humildes y tratar mal a los que se hallan situados en la parte alta del "tobbogan" de la vida. Odio a los fatuos, y si las leyes no existieran, dedicaría las tardes de los domingos a asesinar a tiros de pistola a todos los fatuos que conozco. También asesinaría a los que ahuecan la voz para hablar. Y a los que hablan alto sin ahuecar la voz. En resumen: asesinaría bastante gente.
Soy alegre; pero a veces me pongo muy triste y tengo "días grises", para combatir los cuales escribo versos, versos que rompo y no publico, porque opino que publicar y cobrar los versos sinceros es tan sucio como comerciar con la belleza de la mujer que perfuma con sus cabellos nuestra almohada. (Esos versos suelen ser malos, pero desde luego no tanto como los que se publican en las revistas ilustradas semanalmente.)
Es decir: soy a ratos optimista y a ratos pesimista, como persona verdaderamente sensible, ya que la vida, en suma, no es más que un torbellino vertiginoso de reacciones.
Soy vanidoso. (Todo el que crea es vanidoso, aunque lo creado sea un niño feo.) Soy bueno..., algo bueno..., un poco bueno... (Nada más que un poco, porque no me gusta desentonar demasiado entre mis semejantes.) Soy sincero, como lo observarán cuantos lean estas páginas. Sin embargo, en las cosas pequeñas, miento mucho; miento sin causa, miento por el placer de mentir.
Dentro de mi vanidad, disfruto de una gran modestia, y así los elogios, al tiempo que me agradan, me llenan de confusión y vergüenza. He tenido éxitos y ocasiones, por tanto, para que los amigos organizasen muchos banquetes en mi honor, pero jamás lo he tolerado.
La opinión ajena me tiene perfectamente sin cuidado; lo que los demás murmuren de mí no me ha hecho ni me hará variar jamás de conducta. Pero cuando he sabido que una persona me difamaba, la he retirado el saludo de un modo automático. Con este sistema, que recomiendo, me he suprimido el trabajo de hablar con mucho imbécil. Por lo demás, nunca me ha asustado ponerme enfrente de los prejuicios sociales, sobre todo en mis épocas de lo que el "Larrañaga", de Pío Baroja, llama "tristanismo".
Tengo un alma que se apasiona por ráfagas, pero el Destino y las ráfagas de desapasionamiento no han permitido que mi corazón saciase nunca por completo su rabiosa sed de ternura.
Soy variable y mudable, como las nubes; lo que me alegra unas veces, me entristece otras y viceversa.
He vivido siempre a la ligera, sin preocuparme demasiado de los problemas que me salían al paso, y sin asustarme nunca de los conflictos que mi propia ligereza me creaba, porque siempre he creído que la existencia es un juego de azar y sólo los perturbados se obstinan en regir el azar con las leyes del cálculo y del razonamiento.
La Naturaleza me ha concedido una enorme resistencia nerviosa y una fuerte presencia de ánimo para resolver esos momentos decisivos que la existencia nos prepara detrás del biombo de las circunstancias. Y por su parte, éstas se han recreado en brindarme "momentos decisivos".
Enrique Jardiel Poncela
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