Quería una furgoneta de tres cuartos de tonelada, capaz de ir a cualquier parte soportando condiciones posiblemente rigurosas, y en esa furgoneta quería una casita incorporada como el camarote de un barco pequeño.
Llegó en agosto, una cosa bella, potente y sin embargo ágil. Era tan fácil de manejar como un turismo normal. Y debido a que el viaje que había planeado había provocado algunos comentarios satíricos entre mis amigos, le llamé Rocinante, que era, como recordaréis, el nombre del caballo de Don Quijote.
Como no hice de mi proyecto ningún secreto, surgieron una serie de discusiones entre mis amigos y asesores. (Cuando se proyecta un viaje surgen enjambres de asesores). Se me dijo que como mi fotografía estaba todo lo difundida que mi editor había sido capaz de conseguir, me resultaría imposible andar por ahí sin que me reconocieran. Dejadme que os diga por adelantado que en unos dieciséis mil kilómetros, y a lo largo de treinta y cuatro estados, no fui reconocido ni una sola vez.
Como no hice de mi proyecto ningún secreto, surgieron una serie de discusiones entre mis amigos y asesores. (Cuando se proyecta un viaje surgen enjambres de asesores). Se me dijo que como mi fotografía estaba todo lo difundida que mi editor había sido capaz de conseguir, me resultaría imposible andar por ahí sin que me reconocieran. Dejadme que os diga por adelantado que en unos dieciséis mil kilómetros, y a lo largo de treinta y cuatro estados, no fui reconocido ni una sola vez.
Se me advirtió que el nombre de Rocinante pintado en un lado de la camioneta con caligrafía española del siglo XVI provocaría curiosidad e investigaciones en algunos lugares. No sé cuánta gente reconoció el nombre, pero desde luego nadie hizo ni una sola pregunta sobre él.
Viajes con Charley
John Steinbeck
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