Después de haber entrado al romper el día en aguas del puerto de Tolón, y tras ponerse a voz con uno de los prácticos de la flota que acudió para indicarle el sitio donde debía fondear, el cabo de Cañón de la Armada, Peyrol, largó el ancla del maltratado buque que traía a su cargo, entre el arsenal y la ciudad, enfrente del muelle principal. El curso de su vida, que cualquiera hubiese juzgado llena de maravillosos incidentes (de los que sólo él no se sentía maravillado), le había hecho impasible a tal extremo, que ni siquiera exhaló un suspiro de alivio al oír el chirrido de la cadena del áncora.
El hermano de la costa
Joseph Conrad
1 comentario:
¿Todavía con el virus de los acentos, Gavilán?
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