Azoro del primero que subió en globo y pudo ver, literalmente a vista de pájaro, la tierra disminuida y dominada a sus pies. Hoy (si uno puede pagársela) esta visión se ha vuelto un espectáculo común. En cambio, no tardarán en desaparecer otras imágenes de viaje, condenadas a perderse como el vaivén de las diligencias o la calma en alta mar cuando las velas inútiles languidecían a la espera.
Abrir los ojos a medianoche en el tren detenido. Levantar la cortina: oscuridad apenas horadada por una luz en medio del campo, una estación de nombre invisible que no figura en los mapas. Dos embozados pasan junto a la vía. Llevan linternas y no hablan. Olor del barco en el puerto. Mirar cómo se pierde en el curvo océano hasta la última señal de tierra firme y quedarnos a merced de tempestades y naufragios. Sensaciones ya casi abolidas que ahora viajan hacia nunca jamás.
Desde entonces (1980)
José Emilio Pacheco
No hay comentarios:
Publicar un comentario