1. Diana and Virbius. — Who does not know Turner's picture of the Golden Bough? The scene, suffused with the golden glow of imagina- tion in which the divine mind of Turner steeped and transfigured even the fairest natural landscape, is a dream-like vision of the little wood- land lake of Nemi — "Diana's Mirror," as it was called by the ancients. No one who has seen that calm water, lapped in a green hollow of the Alban hills, can ever forget it. The two characteristic Italian villages which slumber on its banks, and the equally Italian palace whose terraced gardens descend steeply to the lake, hardly break the stillness and even the solitariness of the scene. Diana herself might still linger by this lonely shore, still haunt these woodlands wild.
In antiquity this sylvan landscape was the scene of a strange and recurring tragedy. On the northern shore of the lake, right under the precipitous cliffs on which the modern village of Nemi is perched, stood the sacred grove and sanctuary of Diana Nemorensis, or Diana of the Wood. The lake and the grove were sometimes known as the lake and grove of Aricia. But the town of Aricia (the modern La Riccia) was situated about three miles off, at the foot of the Alban Mount, and separated by a steep descent from the lake, which lies in a small crater-like hollow on the mountain side. In this sacred grove there grew a. certain tree round which at any time of the day, and probably far into the night, a grim figure might be seen to prowl. In his hand he carried a drawn sword, and he kept peering warily about him as if at every instant he expected to be set upon by an enemy. He was a priest and a murderer; and the man for whom he looked was sooner or later to murder him and hold the priesthood in his stead. Such was the rule of the sanctuary. A candidate for the priesthood coiald only succeed to office by slaying the priest, and having slain him, he retained office till he was himself slain by a stronger or a craftier.
LA RAMA DORADA¿Quién no conoce La rama dorada, el cuadro de Turner? La escena, bañada en el dorado resplandor con que la divina imaginación del artista envolvía y transfiguraba hasta el más bello paisaje, es una visión de ensueño del pequeño lago del bosque de Nemi, llamado por los antiguos "el espejo de Diana".Quien haya contemplado las quietas aguas encunadas en uno de los verdes repliegues de las colinas albanas, no podrá olvidarlo. Las dos aldeas italianas típicas, que dormitan en sus laderas, y el palacio, cuyos jardines en terraplén descienden hasta el lago, apenas rompen la quietud y soledad de la escena. Diana misma podría frecuentar aún la solitaria orilla; aún podría aparecer entre el boscaje.
En la Antigüedad este paisaje selvático fue el escenario de una tragedia extraña y repetida. En la orilla norteña del lago, inmediatamente debajo del precipicio sobre el que cuelga el moderno villorrio de Nemi, estaba situado el bosquecillo sagrado y el santuario de Diana Nemorensis o Diana del Bosque. Lago y bosque fueron denominados, en ocasiones, lago y bosque de Aricia, aunque el pueblo de este nombre (modernamente La Riccia) estaba situado unos cinco kilómetros al pie del monte Albano y separado por una pendiente del lago, que yace en una concavidad, a modo de cráter, en la falda de la montaña. Alrededor de cierto árbol de este bosque sagrado rondaba una figura siniestra todo el día y probablemente hasta altas horas de la noche: en la mano blandía una espada desnuda y vigilaba cautelosamente en torno, cual si esperase a cada instante ser atacado por un enemigo. El vigilante era sacerdote y homicida a la vez; tarde o temprano habría de llegar quien le matara, para reemplazarle en el puesto sacerdotal. Tal era la regla del santuario: el puesto sólo podía ocuparse matando al sacerdote y substituyéndole en su lugar hasta ser a su vez muerto por otro más fuerte o más hábil.
Magia y religión
Traducción de ELIZABETH Y TADEO I. CAMPUZANO
Sir JAMES GEORGE FRAZER
3 comentarios:
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Frazer menciona en «La Rama Dorada», que los indonesios creen que el arroz está animado por un alma igual que la humana:
«Creyendo que el arroz está animado por un alma como la del hombre,los indonesios le tratan, consecuentes, con la misma deferencia y consideración con que tratan a sus compañeros. Así, se conducen con el arroz en flor como se portan con una mujer embarazada; se abstienen
de disparar tiros o de hacer ruidos fuertes en el arrozal, en consideración a que podría aterrorizarse el alma del arroz y abortar, no dando grano, y
por la misma razón, no hablarán de los demonios o cadáveres en los
arrozales».
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